Kratos. Una historia de Unblome

9 Ene, 2022

KRATOS

Yo estaba un poco perdido en la vida. Tenía 23 años y pasaba por la típica crisis existencial de no saber qué hacer con mi vida. La madre de unas amigas había acogido en su casa a una Golden Retriever llamada Reina, que estaba a punto de dar a luz, los cachorros eran mitad Golden mitad Labrador. Yo no sabía cuánto iba a iluminar mi vida aquel alumbramiento.

Me dijeron que había que buscar hogar a aquellos cachorros y yo nunca había visto un cachorro de Labrador Retriever en persona, por lo que me invitaron a verlos y, como broma, me pusieron los cachorros en las piernas.

6 cachorritos de labrador, con los ojos cerrados, indefensos en el mundo, recogidos de la calle.

Me propusieron quedarme uno y yo pensé que mi madre jamás aceptaría otro perro en casa. Ya habíamos tenido algunos intentos de mascotas en casa, pero éramos muy pequeños e irresponsables, por lo que habían salido mal.

No me lo pensé mucho, dije que sí, aunque tenía que esperar un poco a que la madre dejase de amamantar a sus pequeños. Cada semana iba a verlos, aunque desde la primera semana, más que elegir uno con el que quedarme, él me eligió a mí. Así llegó Kratos a mi vida.

True Harmony - Pulsera de plata con imagen de mascota

Una noche, un tío mío había tenido un accidente y fuimos a verlo al hospital y aproveché el momento de debilidad para decirle a mi madre que íbamos a tener un nuevo miembro en la familia. No le hizo mucha gracia, pero en el momento que lo tuvo en sus manos, no había forma de quitárselo.

Kratos se adaptó muy bien a todo. Parecía como si desde el primer momento supiese que era su casa, y es que así lo era. Fue su hogar durante toda su vida.

Toda la familia se volcó con aquel animal que parecía saber cosas incluso desde mucho antes de que se las enseñases. Hoy miro hacia atrás y siempre le doy el mismo consejo a toda la gente que veo con cachorros de labrador: Cógelo en brazos todo lo que puedas ahora, porque crece súper rápido.

Un día íbamos mi madre y yo en el coche, la llevaba al trabajo y vi un labrador negro. Lo llamé y se acercó. Mi madre me dijo: “¡que perro más grande!”. En ese momento la miré y le dije: “Mamá, te presento a Moro, es el papá de Kratos”.

A mi madre se le descompuso la cara de saber que Kratos se iba a poner así de grande. Lo que no sabía, es que terminaría creciendo más aún.

Llegó el momento de abandonar la casa por motivos de trabajo, y yo no sabía qué hacer. Quería que Kratos estuviese conmigo, pero la mudanza iba a ser complicada, así que mi madre resolvió pronto mis dudas: de ninguna manera iba yo a llevarme a Kratos de su lado. Así mi papel de padre fue relegado al de hermano.

Siempre que pude fui a visitarlo, siempre era un buen momento para abrazarlo. Kratos sabía desde lejos cuál era el sonido de mi coche y me esperaba en la ventana. Siempre me traía un juguete al llegar.

Con el tiempo, los años empezaron a pasar factura y, poco a poco, empezó a poder moverse menos. Todos temíamos por su vida, pero estaba sano, y sobre todo, ¡comía mucho! David, el veterinario que lo trató siempre, nos decía que mientras no hubiese nada más grave, debíamos disfrutar todo lo que pudiésemos.

Y llegó el temido día. Mi madre me llamó: “Kratos lleva sin levantarse desde ayer y se está haciendo pipí encima”. Mi pareja es enfermera veterinaria y me dijo que parecía que algo ya no estaba funcionando bien. David nos confirmó la mala noticia. La vida de Kratos ya no era de calidad y no merecía la pena seguir haciéndole pasar por eso.

Esa mañana me levanté temprano y fui al campo de mis suegros, por el que tantas veces mi chica y yo hemos paseado con ellos, y allí, empezamos a preparar el sitio donde Kratos descansaría para siempre. A las 17h llegué a Palma del Río, el ambiente era triste y gris. Todos se despidieron de Kratos y mi hermana, mi cuñado y yo nos lo llevamos al veterinario. Ellos se quedaron fuera y yo me quedé con él. Hasta su último momento. Fue bueno hasta para irse, aún tenía ganas de jugar.

Conduje hasta su lugar de descanso, lo cogí en brazos y lo acosté como él siempre se acostaba y lo enterramos. Cada vez que puedo, como hacía cuando estaba vivo, voy a verlo y le hablo, le cuento las novedades que hay en nuestra vida.

Hoy Kratos es una estrella que cuida de nosotros desde el cielo y doy gracias por cada segundo que he podido pasar con él, sabiendo que todos me parecieron pocos.

Estoy deseando volverte a ver, hijo mío.

 

 

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